lunes, 21 de octubre de 2013

Pinturas de Pedro Figari Candombes














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Pedro Figari nació en Montevideo en 1861. Su padre, Juan Figari de Lazaro, de Santa Margherita Ligure, emigraba a Buenos Aires, pero su barco naufragó, y él nadó hasta Montevideo, se casó con Paula Solari, de su mismo origen, prosperó y tuvo familia numerosa. Durante la adolescencia de Pedro Figari habitaron a menudo una chacra donde ahora es la zona céntrica de Tres Cruces, que tenía costa sobre la bahía que después se rellenó y urbanizó. En esa zona semi rural tuvo Figari contacto con aspectos de la sociedad que luego fueron temas de sus cuadros: comunidades de negros, cuarteles, conventillos.
         En 1886, y en pocas horas, se gradúa de abogado, se casa con María de Castro, y parten en  luna de miel a Europa en un viaje de muchos meses, importante en su formación artística. Vuelven a Montevideo, y en 1887 nace su primera hija, a la que seguirán otras cinco y dos varones.
         Pedro Figari Ejerce como abogado de empresas públicas y privadas, es activo como político en el parlamento, en  periodismo, y como asesor de Batlle y Ordóñez, presidente en dos períodos.
         Se destaca su campaña para la abolición de la pena de muerte, y como Defensor de Oficio, su defensa del Alférez Almeida, erróneamente acusado de asesinato, actuación que le crea complicaciones financieras y de prestigio, por más que triunfa en las distintas etapas del juicio.
         Su actuación como director de la Escuela de Artes y Oficios, luego Escuela Industrial, es formidable, pero por la misma importancia que él consigue darle pasa a tener trascendencia política, y ante la discusión que se genera se desilusiona y abandona el tema.
         Se concentra entonces en la pintura que siempre había practicado como aficionado, y en 1921 hace un envío de cuadros para una exposición en Buenos Aires. Tiene poco éxito comercial, vende un solo cuadro, pero es acogido con entusiasmo en el ambiente cultural, así que allí se radica y sigue su obra.. En 1925 hace un envío a París, y esta vez el resultado comercial es bueno, así que viaja, y pinta en Paris hasta 1933, cuando se embarca de vuelta, y llega a Montevideo en 1934.
         No pinta más, aunque el óleo se conserva fresco, por lo menos para agregarle la firma a algún cuadro anterior, y sigue organizando exposiciones, tanto como una en Buenos Aires  pocas horas antes de su muerte en Montevideo en 1938.
         Es siempre un escritor compulsivo de miles y miles de páginas con su pequeña letra, sobre todo aquello con lo que se relaciona:
-el caso Almeida
-el tratado “Arte, Estética, Ideal” (Essai de Philosophie Biologique)
-“Historia Kiria”, tratado utópico maravillosamente ilustrado con sus propios dibujos
-“El Arquitecto”, fábulas y poesías, en homenaje a Juan Carlos, su hijo y brazo derecho, muerto
en Paris en 1927, a los 33 años. También ilustra este libro.
-cuentos, piezas teatrales
-una numerosísima correspondencia a lo largo de toda su vida con familiares, políticos, artistas, filósofos.
         Godofredo Sommavilla enseña pintura a la esposa dePedro Figari, que aprovecha para recibir las primeras nociones técnicas. Durante años pinta acuarelas y óleos académicos, del natural, en base a fotos, copiando láminas para sus hijos. Es un excelente dibujante, y lo demuestra copn sus ilustraciones del desarrollo judicial del caso Almeida, caricaturas de quienes intervinieron y autorretratos muy expresivos de cada situación.
         Posteriormente hay una etapa en que pinta óleos sobre tela, casi siempre paisajes, a menudo nocturnos, última etapa en que sus cuadros pueden no incluir, como posteriormente, un ser humano o: animales o piedras a que en la pintura o el título él atribuye actitudes o emociones humanas. La excepción a esto último pueden ser las “Venecias”, serie extendida en que si aparece un gondolero, no es esencial. Cerca de 1919 empieza su madurez pictórica, la casi totalidad son óleos sobre cartón (casi siempre visible entre pinceladas, con su color paja), y una selección de temas casi ilimitada. Se nota la ausencia de temas deportivos (hay bochadores, corridas de toros), y la de niños o adolescentes, excepto algún bebe en brazos de su madre negra. Están casi todas las actividades ciudadanas o campesinas, y numerosas evocaciones de hechos históricos.
         Los títulos merecen un comentario: casi siempre incluyen humor o ironía, hasta en los cuadros de tema fúnebre, como entierros, velorios o funerales, o en temas religiosos, como ceremonias o escenas de sacristía, y conservando siempre el respeto debido.
         Este respeto parece indicar una evolución desde su juventud atea y anticlerical, al pintar luego crucifijos, altares o ceremonias religiosas. Evolución luego insinuada en sus escritos, como al final de “El Arquitecto” (1928), cuando refiriéndose a su difunto hijo dice: “... han de encontrarse de nuevo nuestras células en el camino eterno; y se reconocerán, espero”.
         Evoca: juventud, costumbres, historia, pero con una intemporalidad que acerca los hechos, los hace parecer cotidianos, como en sus campos sus horizontes tampoco parecen lejanos, aparecen en el mismo plano que los protagonistas, como la luz que casi siempre se ve a través de puertas y ventanas en un telón que deja de ser de fondo. Quizá por eso se le dijo “intimista”.
         Y los personajes casi nunca arrojan sombras, por lo que se ha dicho que no son seres sino espíritus, a menos que la sombra sea un protagonista en sí misma, debido a una  luz especial de lámpara, farol o vela que le dé origen.
         Las ilustraciones de sus escritos podrían considerarse imaginación pura,pero seguramente evocarán algún recuerdo, de hechos o personajes.
         Sin duda fue autodidacta en alguna medida, pero ciertamente no “empezó a pintar a los 60 años”. Más bien se preparó durante 58 años. Algún pintor terminó su carrera escribiendo un tratado relativo a su arte. Figari dominó la teoría primero, y culminó con su obra. No en balde, cuando Barradas dibuja caricaturas de varias personalidades en 1911, titula la de Figari “Dr. Pedro Figari, crítico de arte”; y recién se dedicó a la pintura varios años después.
         Parte de su formación fueron también las frecuentes tertulias: en su propia casa, en casa de Blanes Viale, en  lo de Moretti-Catelli, con Milo Beretta, cuya colección europea incluía una “Diligencia” de van Gogh. Por casa de Figari en Montevideo, en Buenoa Aires y en París pasaron pintores, escultores, músicos, filósofos y escritores uruguayos y extrajeros, y varios argentinos que fueron sus fieles y calificados mecenas a lo largo de toda su carrera.
         Los seis hijos que lo sobrevivieron heredaron unas 2.400 obras. Si se tiene en cuenta que en vida, durante unos 20 años vendió y la regaló a parientes y amistades, parece prudente estimar el total en 4.000 óleos.
         Todo esto surge mayormente de tradición oral familiar, así que está sujeto a una revisión que será siempre bienvenida, sobre todo que hay ahora, como hubo antes, tan calificados autores estudiando su trayectoria.

                                              Fernando Saavedra Faget


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